Palabras, Mundos e Imaginación
Las hojas de coca
Leyenda kogui
En lo alto de la montaña vivía Teyuna, el sacerdote de una tribu de la sierra que no conocía el secreto para obtener las hojas de coca. Teyuna caminaba por el monte buscando sin descanso alguna pista que le indicara el camino verde de la coca para llevársela a su gente, pero no lo podía encontrar.
Un atardecer, sediento y fatigado por su búsqueda sin fin, se acercó al río a beber. Entonces vio en el agua a una mujer hermosísima de cabellos largos y negros como la noche que le cubrían la mitad del cuerpo. Teyuna se escondió entre los matorrales, a la orilla, para poder mirarla. La vio salir del agua y envolverse en un manto de colores para darse calor. Y cuando ella sacudió la cabeza para sacarse el agua del pelo, Teyuna contempló maravillado que caían a su alrededor miles y miles de hojas de coca.
Siguió con cuidado el rastro de las hojas y encontró el lugar donde la mujer de cabellos milagrosos vivía con su padre. El hombre recogía del suelo las hojas y las iba guardando para mascarlas cuando quería. Teyuna, queria coseguir las hojas de coca. Se convirtió en un pájaro blanco, construyó su nido en la orilla del río donde había visto a la mujer y esperó.
Un día la vio venir y se posó sobre el agua, justo en el lugar donde ella se bañaba. La mujer se acercó con cuidado para no espantar al pájaro blanco que parecía suspendido en un rayo de sol. Pero el pájaro no se fue. Esperó manso, paciente a que la mujer lo tomara en sus manos, lo pusiera sobre una rama y se bañara.
Al día siguiente, cuando la mujer bajó al río el pájaro blanco la estaba esperando. Ya eran amigos. Ella le acariciaba las plumas blancas y, después, lo ponía en la rama para que la viera bañarse. Y así, un día tras otro, hasta que la ilusión más grande de la mujer era pensar que en el río la estaba esperando un pájaro blanco. Y cada día llegaba un poco más temprano y se alargaba más el tiempo de estar en el río.
Se fue enamorando y llegó a pensar que el pájaro blanco le hablaba, y que ella le entendía.—¿Me quieres mucho? —preguntaba el pájaro.—Te quiero más que a mi vida —le respondía la mujer, un poco desconcertada porque se creía loca, perdida de amor, por un pájaro.—Si tanto me quieres tira de la cuerda que hay en mi cabeza.
Ella tiró de una cuerda diminuta que encontró entre las plumas de la cabeza del ave. Las plumas cayeron y el ave tomó la forma de Teyuna. Y Teyuna y la mujer se casaron. Vivieron juntos en la orilla del río. Eran tan felices que, a veces, Teyuna se olvidaba de lo que andaba buscando y se perdía entre sus brazos y su pelo largo y negro.
Pero una noche, mientras ella dormía y él acariciaba su cabeza, Teyuna descubrió enredadas en su pelo las semillas de las hojas de coca. Las desprendió con cuidado para no despertarla. Las hizo ovillos con su propio pelo y se marchó antes del amanecer porque sabía que no sería capaz de irse si ella lo miraba a los ojos y le pedía que se quedara.
Cuando llegó a la tribu encontró una pequeña multitud que hacía tiempo que lo esperaba. Teyuna los miró en silencio, con la mirada más triste que nunca nadie había visto. Se puso en medio del círculo que habían formado a su alrededor y sacudió la cabeza. Las semillas cayeron al suelo y los hombres de la tribu, allí mismo, las sembraron. A los pocos días las plantas brotaron, crecieron y se multiplicaron.
Así fue como Teyuna consiguió llevar a su tribu el secreto de las hojas de coca. Se lo robó a la mujer que despertó sola y se quedó llorando en el rio. Él encontró lo que buscaba, pero perdió a la única mujer con la que podía ser feliz.
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